Por H A Ironside.

Desead, como niños recién
nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para
salvación. (1 Pedro 2:2). Se
nos dice en otra parte: Pero el alimento sólido es
para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos
ejercitados en el discernimiento del bien y del mal. (Hebreos 5:14). Es decir que las
verdades profundas de la palabra de Dios son para aquellos cristianos que han
tenido años de experiencia en los caminos del Señor. No es en los tales que
estoy pensando en estos momentos, sino en aquellos que no hace mucho estaban en
las tinieblas y que han sido despertados y salvados y confío que ahora están
hambrientos por conocer más de las preciosas verdades de la palabra de
Dios.
En primer lugar, quiero hablarles acerca de la regeneración.
Mi texto se encuentra en Tito 3:3-7: Porque nosotros
también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de
concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia,
aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros. Pero cuando se manifestó la
bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó,
no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su
misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el
Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo
nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser
herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.
En este pasaje vemos lo que éramos antes de ser convertidos.
El versículo 3 describe la vida que vivíamos. El versículo 4 describe el modo
maravilloso en que ha intervenido Dios nuestro salvador. Se ha revelado a
nosotros en la persona del Señor Jesucristo por quien hemos sido justificados y
hechos herederos según la esperanza de vida eterna. El versículo 5 nos habla de
la obra que se efectúa en cada persona convertida. Sin la intervención del
esfuerzo humano, Dios nos ha salvado por el
lavamiento de la regeneración y de la renovación del Espíritu Santo.
Quiero que fijen su atención en la palabra regeneración. Esta palabra se usa
solamente dos veces en nuestra Biblia. La palabra original que se traduce de
este modo no se encuentra en otra parte salvo en estos dos casos, aquí y en Mateo 19:28, donde leemos: Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la
regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria,
vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para
juzgar a las doce tribus de Israel.
La palabra regeneración significa un segundo nacimiento o
una nueva creación. En Mateo el Señor estaba hablando del nuevo nacimiento de
la tierra, cuando las actuales condiciones calamitosas pasarán con la venida
del Hijo del hombre para reinar en justicia sobre esta creación inferior, y
prevalecerán condiciones nuevas. Sera entonces que los hombres volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en
hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la
guerra. (Isaías 2:4). Todo
hombre vivirá seguro, cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera. Este
será el tiempo cuando el Mesías reinará sobre toda la tierra, y gobernará a las
naciones con la inflexible vara de hierro de justicia. Esta será verdaderamente
la regeneración de la tierra, una nueva creación, un nuevo estado de cosas en
este pobre mundo.
Pero en Tito 3:3-7,
el otro lugar en la Biblia donde encontramos la palabra regeneración, el pasaje se refiere a la obra que se lleva a cabo en
el individuo cuando ha renacido por creer el evangelio de nuestro Señor
Jesucristo. Miremos nuevamente al
versículo 3, donde el apóstol habla de la condición anterior de los que
ahora somos regenerados. En aquellos días éramos engañados por el diablo.
Nuestros corazones estaban llenos de deseos pecaminosos. Nos entregábamos a
muchas cosas que eran desagradables a Dios y que nos dañaban. Éramos necios dice el apóstol.
A pesar de que ahora somos regenerados, a veces somos necios
todavía. ¡Cuán fácilmente cedemos a las tentaciones! ¡Cuán prontos estamos a
caer bajo la influencia de las cosas mundanas! Pero cuando vinimos a Cristo,
los días de nuestra necedad se terminaron. Antes, sí que éramos en verdad necios. Éramos perversamente desobedientes,
siguiendo los deseos naturales de la carne, viviendo desvergonzadamente en
nuestros caminos pecaminosos, deshonrando el santo nombre de Dios. Muchas de
las cosas malas a las cuales nos entregábamos se enseñoreaban de nosotros
debido a los engaños de Satanás. El, el súper engañador, nos tenía cautivos a
su voluntad. En aquellos días de engaño veíamos a la vida cristiana como algo
no deseable. Nos imaginábamos que los cristianos necesariamente debían llevar
una existencia muy lúgubre y triste y que las únicas personas que gozaban de la
vida eran aquellas que vivían para el mundo y sus placeres.
Pero ahora todo esto ha cambiado. Hemos llegado a conocer a
Cristo. Esto ha pasado con muchos de ustedes. Oyeron la voz de Dios que los
llamaba al arrepentimiento; se tornaron a El confesando su pecado; confiaron en
el Señor Jesús; creyeron el evangelio y ahora han sido hechos sus hijos por el lavamiento de la regeneración y de la renovación
en el Espíritu Santo.
En el relato de la entrevista que el Señor tuvo con
Nicodemo, según lo leemos en el tercer capítulo de Juan, se nos dice que el
Señor sorprendió al gran doctor de la ley diciéndole que debía nacer otra vez, nacer de agua y del Espíritu. No se
equivoquen suponiendo que nacer de agua
significa regeneración por el bautismo. No se enseña cosa semejante en la
palabra de Dios. El agua, especialmente en todos los escritos de Juan y también
en muchas otras partes de la Biblia, es el símbolo reconocido de la palabra de
Dios, y este pasaje de Tito lo aclara perfectamente. El nuevo nacimiento es por
la palabra y por el Espíritu. Este es el lavamiento
de la regeneración y de la renovación en el Espíritu Santo.
En Juan 4
encontramos al Señor hablando con una pobre mujer pecadora junto al pozo de
Sicár. Ella se encontraba fuera del Círculo de la gente respetable. El conocía
toda la historia de ella y de sus fracasos, pero la amaba y deseaba convertirla
en una nueva creatura. No habló con ella como lo hizo con Nicodemo. Le habló de
lo insatisfactorio que es todo lo que este mundo puede ofrecer. En contraste le
presentó lo precioso de la vida eterna, y le dijo que podría obtener la vida
eterna cuando recibiera el agua que Él le daría. Recuerden sus palabras: Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta
agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no
tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua
que salte para vida eterna. (Juan
4:13-14).
El agua en este caso, significa lo mismo que en el capítulo
3, porque se nos dice que recibimos la vida eterna cuando bebemos del agua que
el Señor Jesús nos da, y en Juan 3 se nos dice que somos nacidos de agua y del
Espíritu. Nacer otra vez y recibir la vida eterna son en realidad una misma cosa.
Cuando nacimos físicamente, recibimos vida física; cuando
nacimos de arriba recibimos vida espiritual o eterna.
La comparación que uso El Señor Jesús no es nueva. Es por eso que
Nicodemo debió comprender lo que el Señor le quiso decir. En el salmo 119:9, David dice: ¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu
palabra. Jeremías reprendía al pueblo de Israel en el nombre del Señor,
diciendo: Porque dos males ha hecho mi pueblo: me
dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas
que no retienen agua. (Jeremías
2:13).
Ezequiel nos dice que Dios esparcirá agua limpia sobre
aquellos que se tornan a Él, limpiándolos de su idolatría e inmundicia,
quitando sus corazones de piedra y dándoles un corazón de carne. Esto Él lo hace
cuando una persona nace de nuevo. Más adelante en el mismo evangelio según Juan,
el Señor Jesús dice: Si alguno tiene sed, venga a
mí y beba. Ofrece el agua viva a todos los que quieran recibirla. En el
libro de apocalipsis leemos: Y el que tiene sed,
venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente. El agua
de la vida es el glorioso evangelio que viene del trono de Dios y fluye a los
desiertos de este mundo, trayendo vida y sanidad por doquier. En Proverbios 25:25 leemos: Como el agua fría al alma sedienta, así son las buenas
nuevas de lejanas tierras. Así es el evangelio. Esta palabra significa
buenas nuevas, las buenas nuevas que Cristo descendió del cielo para salvar a
todos los pobres pecadores que depositen su fe en El. Esta es el agua de vida.
Recíbela, tómala en tu corazón y nacerás del agua y del Espíritu.
Y con esto concuerdan las palabras del apóstol Santiago. En Santiago 1:18 él dice: El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de
verdad, para que seamos primicias de sus criaturas. Y, ¿Cómo son
engendrados? Por la palabra, la palabra de verdad. Luego el apóstol Pedro nos
dice lo mismo: Siendo renacidos, no de simiente
corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece
para siempre. Porque: Toda carne es como
hierba, y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; más la palabra del Señor permanece para
siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada.
(1 Pedro 1:23-25).
Allí está. Santiago nos dice que somos engendrados por la
palabra; Pedro dice que somos renacidos por la palabra de Dios que vive y
permanece perpetuamente. Y así, creyendo en la palabra, recibimos la palabra
viva. Es la palabra que el Espíritu de Dios usó para producir la nueva
vida.
Cuando nacemos de nuevo, somos limpiados de nuestros pecados
pasados, y así la idea del lavamiento está ligada con la palabra. Pensemos
nuevamente en el pasaje que mencioné y que se halla en el salmo 119. ¿Con qué limpiará el joven
su camino? Con guardar tu palabra. Al caminar en obediencia a la palabra
de Dios somos mantenidos limpios y libres de las contaminaciones de este mundo.
Sobre esto hizo énfasis Ezequiel en
el capítulo 36, versículo 25 al 27: Esparciré
sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y
de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu
nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os
daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que
andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.
Nicodemo debería haber tenido bien presente todo esto, pero
no lo entendió. Luego en Efesios 5:25-26
leemos: Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí
mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del
agua por la palabra.
Así que es por la Palabra que renacemos y por la Palabra que
somos lavados. Las cosas viejas que antes deshonraban tanto a Dios son limpiadas
de nuestras vidas cuando creemos en Cristo. Nunca más debemos caracterizarnos
por nuestras viejas costumbres y proceder.
No olviden que el nuevo nacimiento significa algo más que
aceptar ciertas doctrinas. Es recibir a Cristo y creer en el evangelio, de lo
cual resulta que somos renacidos en Cristo Jesús y recibimos la vida eterna con
todos sus deseos nuevos y divinos. Dios espera de nosotros que hemos creído en
Cristo, algo distinto de lo que había en nuestras vidas antes de ser salvos.
Las viejas costumbres deben desaparecer, y lo harán si permitimos que el
Espíritu de Dios obre en nuestra vida. No se desanimen si descubren que no
llegan a la perfección inmediatamente. Ningún cristiano es perfecto, pero
proseguimos a la perfección.
Los que hemos sido convertidos hace muchos años, tenemos que
decir con Pablo: No quiero decir que ya lo haya
alcanzado, ni que haya llegado a la perfección; sino que prosigo a ver si
alcanzo aquello para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús. (Filipenses 3:12 RV 1989). Cuando nos
convertimos, el Espíritu Santo de Dios comienza su obra de renovación, y esta
continúa a través de toda la vida la renovación de la mente. El Espíritu de
Dios usa la Palabra, cuando meditamos en ella, de tal modo que los deseos de nuestros
corazones son cambiados y llegamos a comprender su voluntad más y más. Al
caminar en obediencia a esa voluntad, crecemos en gracia y en el conocimiento
de nuestro Señor y salvador Jesucristo.
De esto podemos darnos cuenta de cuán importante es que estudiemos
diariamente la palabra de Dios y que pasemos un tiempo en su presencia en
oración, para que él nos revele su verdad y la aplique a nuestros corazones y
conciencias. Si somos constantes y perseverantes en tratar de conocer la
voluntad del Señor, nuestras vidas serán transformadas, a medida que el
Espíritu Santo obra en, y por nosotros, dándonos la Palabra cuando la
necesitamos para nuestro alimento, y usándola también como agua para limpiar
nuestros caminos.
Nuestro Señor, antes de irse al cielo, prometió que el
Espíritu Santo vendría a llevar a cabo la obra que Él había comenzado. Y cuando
ocupó su lugar a la diestra del Padre, como dice Pedro, ha derramado esto que vosotros veis y oís. Se refería al
Espíritu Santo, quien estaba obrando con tanto poder en el día de Pentecostés.
Es el bendito consolador que ahora ha venido a morar en cada creyente. Y a
medida que nos sometemos a su dirección, podemos vivir vidas victoriosas y
gozar de la comunión con nuestro Padre celestial.
No estés satisfecho, querido joven convertido, en los días
futuros, con mirar hacia el pasado y decir: “Hace tantos años, en tal o cual
ocasión, yo nací de nuevo.” No estés siempre pensando en aquel día venturoso
cuando el Señor lavó tus pecados. Es muy lindo poder cantar el hermoso himno
sobre aquel día. A mí también me gusta cantarlo, pero no quiero pensar
solamente en los días felices que han pasado. Todos los días deben ser felices
y lo serán si seguimos en comunión con Dios. Más la
senda de los justos es como la luz de la aurora, Que va en aumento hasta que el
día es perfecto. (Proverbios 4:18).
Si permites que el Espíritu de Dios obre en tu vida de acuerdo con su voluntad,
tendrás conciencia de la renovación del Espíritu Santo, que cambia tus afectos
y deseos, y fija tu mente y corazón en las cosas de arriba.